FELÍZ DÍA DE LA POLICIA, AUNQUE LA HUMANIDAD DEL POLICÍA NO LE IMPORTA A NADIE.

El Día de la Policía que volvió a mostrar el desprecio institucional
El 16 de noviembre volvió a repetirse el mismo guion que la Policía de Córdoba conoce de memoria: un Día de la Policía marcado no por el reconocimiento, sino por la deshumanización, la improvisación y el desprecio silencioso de quienes deberían conducir y proteger a la fuerza.
Mientras el discurso oficial habla de “compromiso” y “vocación de servicio”, en la realidad se vio —otra vez— a un personal citado desde las 07:30, muchos recién salidos de guardia o de adicional, sin haber dormido, sin siquiera un gesto mínimo de consideración hacia la condición más básica de cualquier ser humano: descansar.
Porque los policías que desfilan no son los choferes de los jefes, ni las secretarias bien resguardadas en oficinas climatizadas. Son siempre los mismos: los que patrullan, los que se ensucian las botas, los que viven la calle y vuelven una y otra vez al ruedo como si fueran reemplazables, como si fueran robots.
A las 08:00 ya estaban formados.
La carpa de Intendencia, en cambio, apareció una hora después, como si fuera un trámite menor. Y lo fue: desayuno tardío, desganado y sin respeto.
Un café capaz de darle gastroenteritis hasta a un gato, alfajores y galletas escondidas, negadas con la misma actitud soberbia y repetida todos los años. Con la misma oficial a cargo, eternamente enojada, blindada bajo el ala de quién sabe qué jefe, sosteniendo un poder que nadie entiende y todos detestan.
¿Por qué se les niega un desayuno digno a quienes están desde antes del amanecer al servicio del acto? ¿Por qué, año tras año, hay desmayados, descompuestos y agotados, mientras la conducción sigue mirando para otro lado?
Porque no les importa. Porque, en el fondo, la humanidad del policía no está en la agenda de nadie.
Y mientras ese maltrato se repite, aparece la otra gran pregunta:
¿Dónde estaban el gobernador y la vicegobernadora?
¿Tan difícil era acompañar, aunque sea con su presencia, a los hombres y mujeres que sostienen la seguridad de la provincia?
¿Por qué tanto silencio, tanta ausencia, tanto ninguneo hacia quienes ponen el cuerpo todos los días?
La respuesta duele porque se siente: desprecio.
Desprecio hacia una fuerza desgastada, desmotivada, sin recursos y sin conducción que la respete.
Desprecio hacia quienes cumplen órdenes, incluso cuando son injustas, desorganizadas o directamente inhumanas.
Este Día de la Policía no fue una celebración.
Fue otro recordatorio del abandono institucional, otra postal de una estructura que exige lealtad pero no la devuelve, que reclama sacrificio pero no ofrece condiciones, que castiga al que trabaja y protege al que acomoda.
Algún día, ojalá, el reconocimiento llegue donde debe llegar:
no a los discursos, no a las fotos, no a los escritorios.
Sino a la calle, al uniforme cansado, al policía real.
Ese que hoy, una vez más, se sintió solo.